Friday 13 June 2014

SILVINA OCAMPO

QUERIDOS ALUMNOS:

LES PIDO QUE TRAIGAN ESTE CUENTO PARA LA SEMANA QUE VIENE. MUCHAS GRACIAS.


El mi, el si o el la


Alma Bestiglia no era simpática; tal vez dedicara sus dones de simpatía a
sus animales domésticos, pues nadie la quería, salvo mi madre, que tampoco la
quería, así lo sospecho pues nunca le daba un beso ni la mano al saludarla,
aunque le llevara las sobras de las comidas de nuestra casa para que alimentara
su jardín zoológico, como ella llamaba al grupo de animales que había
seleccionado y que alojaba en el patio. Vivía en una casa pequeña en las afueras
de la ciudad, con dos perros, un gato, tres canarios naranjados, una gacela, un
papagayo y un tero. A veces sacaba los canarios de las jaulas y los dejaba
sueltos mientras tejía o remendaba la ropa, siempre cantando, pues tenía voz de
soprano, muy llamativa, aguda como flauta. En la casa de su bisabuela había una fotografía de María Barrientos, de quien le contaban la biografía, pero ella quería parecerse a Maggy Taite, de quien había oído un disco inolvidable. Paulo Ricci, el vecino, decía a todo el mundo que Alma podía cantar, con el tiempo, en el Teatro Colón, en vez de estar encerrada en esa casucha, entre animales, como una infeliz. Suposición gratuita: Alma era feliz, pero la felicidad termina, aunque
dependa de animales y no de hombres, que son tan traicioneros.

El favorito de Alma era Terco, el gato de ojos azules: dormía a sus pies,
como una perfecta alfombra. Ella lo perfumaba con su vaporizador. Durante el
día, Terco se acostaba en el almohadón de la mecedora, y sobre la cama a la
hora de la siesta o por la noche. Salía a la calle, como un perro, detrás de ella,
cuando ésta iba al mercado, al dentista, a la mercería, a comprar hilos y agujas,
o a la carnicería, al almacén o a la farmacia. Alma, después de caminar tres
cuadras, cargaba a Terco en sus brazos, de miedo que se le perdiera en el
camino. Terco era tan bonito que la gente no se reía de ella, al verla pasar con
aquel incongruente felino que parecía un perro. Terco, que en la sombra parecía
la mitad de un gato por ser negro de un lado y atigrado del otro, llamaba la
atención de su dueña, que era, si se la miraba bien, de una voluptuosa belleza,
que sin recurrir a los afeites deslumbraba a quien tuviera la paciencia de mirarla.

Una tarde Terco desapareció de la casa, al oír una nota aguda, un si o un mi
o un sol prolongado, que Alma dio en su canción. Dicen que los gatos al oír un mi, un mi o un sol, no sé si sostenidos o bemoles, lo dejan todo, aunque estén en el mejor de los sueños, en lo mejor de una cópula o comiendo un alimento que les guste mucho, para irse en busca de una aventura. Hacía calor aquella noche y estaban las persianas entreabiertas. Durante mucho tiempo Alma deploró ese
descuido; pero Alma no sabía que nada en el mundo puede detener a un gato
que oye el sonido de una nota, un la, un si, un sol. Terco no volvió a aparecer. A
Paulo Ricci se le hizo el campo orégano: pensó que podía ocupar el sitio de Terco en el corazón o en el alma de Alma, que no le había concedido nunca sus
favores.

Alma primero esperó, después se resintió, después se entristeció, lloró y
finalmente hizo lo que hacen todas las mujeres cuando las han abandonado: se
vengó, volcó su cariño sobre Nardo, el perro ovejero, que hasta ese momento no
había significado para ella más que un guardián de la casa o un vigilante de la
esquina. Nardo, al sentir el cariño que le prodigaban, comprendió en seguida que pasaba a ser el preferido de la casa. Venció el asco que le producía el olor a gato del almohadón de la mecedora y de la cama de Alma, que ocupó. Alma cantaba sin que su voz provocara cataclismos. Fueron días felices. Alma y Nardo paseaban por las calles. Nardo era un verdadero perro, que nunca parecía un gato. La felicidad no dura.

Del color de la noche, una noche volvió Terco. Entró por la ventana, con un
salto triunfal, pero se detuvo como un esputo ruidoso y se arqueó al ver el
espectáculo. Su pelo emitió luz, lo dijo Paulo Ricci lo cual me deja mucho que
pensar porque ¿acaso había presenciado la escena?. Nardo estaba despierto,
pegado a Alma, y Alma dormía; eran la imagen de la inocencia. Como un
relámpago Terco saltó sobre el cuello de Alma para ultimarla y Nardo se
abalanzó sobre Terco para defender a Alma, y lo mató a tiempo, pues, de
haberla defendido un poco más tarde Alma hubiera muerto.

Alma quedó sin voz para el resto de sus días. La pobrecita escribió en el
papel, al volver en sí: "Estoy frita. Llamen al otorrinolaringólogo". De la gente
que acudió a socorrerla, al oír tantos ruidos, nadie supo descifrar la palabra
otorrinolaringólogo: creyeron que era el nombre de un nuevo animal y alguien
corrió a la jaula del patio, donde había un mono recién adquirido. Terco había
cortado las cuerdas vocales de Alma, el tesoro de sus encantos, pero Nardo no
necesitó de la voz de Alma para acudir y obedecerla y le obedeció mirándole los
ojos hasta el fin de sus días, pues Alma murió antes que Nardo muriera exhausto
de tanto vigilar aquellos párpados que no volvieron a abrirse.



Silvina Ocampo

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